Dios no sabe de prejuicios

"Lo que Dios limpió, no lo llames tú común” (Hechos 10:15).

Dios no sabe de prejuicios

Pedro se encuentra alojado en una casa en la ciudad de Jope, tras haber llegado desde Lida, donde Dios, a través de su oración, había sanado a un paralítico. Los discípulos de una ciudad cercana, Jope, al enterarse de la presencia de Pedro y sus milagros, enviaron a dos hombres en busca de él, ya que Dorcas, una creyente muy apreciada, había fallecido. Ella resucitó después de que Pedro pidiera a todos que abandonaran la habitación donde estaba siendo velada y, arrodillado, orara a Dios pidiendo otro milagro.

En pleno impacto de esos acontecimientos, Pedro se recupera, bien cuidado y frente al mar, reponiendo fuerzas. Mientras espera que le traigan comida, disfruta de la vista y la presencia del Señor en la azotea, a punto de iniciar un ayuno, momento en el que tiene una visión. Una visión con audio que, en ese instante, no comprende, como suele ocurrir. En esa visión, Dios le ordena matar y comer animales considerados inmundos, pero Pedro se niega argumentando razones religiosas. Es curioso cómo a veces pretendemos interpretar mejor que Dios su propia Palabra. Al final, Pedro entendería que esos animales simbolizaban gente: los gentiles, aquellos no pertenecientes a Israel, considerados inmundos por los judíos.

El Espíritu Santo preparó una compleja estrategia, todo por amor:

  1. Envía un ángel a Cornelio, un militar romano, para darle la ubicación precisa de Pedro en tiempo real y enviar a buscarlo. Cornelio, un hombre piadoso en búsqueda de Dios, además de su familia, tiene al menos cien soldados bajo su mando.
  2. Habla clara y específicamente a Pedro, asegurando que acompañe a los hombres enviados por Cornelio.
  3. Le muestra la visión a Pedro para superar los prejuicios raciales y permitir que los no judíos también tengan oportunidad de arrepentimiento para vida eterna.

Finalmente, Pedro llega a la casa de Cornelio, donde se congrega mucha gente, y predica el Evangelio a todos los presentes. El Espíritu Santo desciende sobre ellos, hablan en lenguas y son bautizados. Los judíos presentes quedan sorprendidos al darse cuenta de que la gracia de Dios no era exclusiva para los circuncisos, como pensaban. Más tarde, al relatar este evento a la iglesia en Jerusalén, Pedro es confrontado duramente. Sin embargo, terminan aceptando que Dios no hace acepción de personas y que la salvación es para todos los que creen en Jesucristo.

Todos tenemos prejuicios que limitan el flujo del amor de Dios hacia los perdidos. Dios no tiene prejuicios y está dispuesto a trabajar en nosotros para eliminar nuestras ideas preconcebidas, diferentes a las suyas, y permitir que su Palabra llegue a otras personas a través de nosotros.

El concepto de que la salvación era solo para los judíos era un prejuicio colectivo. Dios busca remover estos obstáculos y quiere que sus pensamientos más elevados desciendan hacia nosotros, permitiéndonos ser instrumentos para que su Palabra alcance a todos. Como escribió Pedro en su segunda carta, capítulo 3:9: "El Señor no quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan".

"Señor, elimina todo prejuicio religioso que pueda inundarnos, pensando que la salvación es exclusiva para un grupo selecto de personas puras. Todos necesitamos tu salvación y, como tus hijos, queremos ser instrumentos para que tu Palabra llegue a cada oído en el mundo. Úsanos como usaste a Pedro y elimina cualquier prejuicio que nos impida llevar tu mensaje a quienes aún no conocen tu gracia".

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